En nuestra arquidiócesis privilegiamos la presencia de la Iglesia en las periferias geográficas, allí donde son más exigentes para los pobladores las necesidades corporales y espirituales. El vacío daría lugar a la expansión deletérea de las sectas y de las supersticiones. No podemos abandonar a los pobres: sería una traición a la misión de Jesús, que ha venido para llevar la Buena Noticia a los pobres, como lo dijo al iniciar su ministerio en Nazaret y cumpliendo lo que se se lee en Libro de Isaías (cf. Lc. 4, 16 ss.; Is. 61, 1-2). Los pobres de nuestros barrios, que las más veces carecen de todo, están marcados por esas carencias materiales, culturales y espirituales, que sólo el Evangelio y la gracia del Señor pueden sanar. Necesitan una catequesis que, al comunicarles las verdades de la fe y las orientaciones de vida propias del ser cristiano, los rescate de la decadencia que en la Argentina de hoy amenaza y afecta a las mayorías populares. La evangelización es fuente y garantía de humanización. Los pobres son abandonados por los agentes políticos; abandonados o utilizados como clientes. En el corazón y en la palabra del catequista debe resonar el anuncio de la salvación, como nos recuerda el Papa Francisco; este anuncio: Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte (EG 164).
Pensemos también en las periferias existenciales, constituidas por muchos contemporáneos, cristianos o no, quebrados por las contrariedades y tragedias de la vida, necesitados de comprensión y de amor; muchas veces ellos, de modo inconsciente, aspiran al alivio que sólo el encuentro con Dios les puede brindar. En el ámbito urbano se verifican ciertas periferias culturales; allí aparece como preponderante el pensamiento anticristiano o la distancia de la dimensión religiosa de la existencia. Así se sucede en los círculos universitarios, políticos y de poder económico. En estos ambientes también debe penetrar el Evangelio; para que se abra paso es preciso buscar las rendijas, abrir un boquete en los muros de la cerrazón a la fe y al cambio de vida que le sigue. Esta situación, lejos de desanimarnos nos apremia a dotarnos de una especial preparación. Es otro lance que se presenta hoy al catequista, si se comprende a sí mismo como evangelizador y está dispuesto a consagrarse a ese múltiple servicio eclesial. Nadie debe quedar excluido de esa intención evangelizadora.
Artículo extraído de:
La voz del Peregrino
Ejemplar Agosto 2016
Autor: Héctor Aguer, arzobispo de La Plata